Amor hacia una familia que
no le puso las cosas fáciles, amor hacia los verdaderos amigos, amor hacia los
pobres y los que sufren, amor por la vida y amor a Dios. Su historia empezó el
6 de abril de 1901. Frassati nació en una familia acomodada en la que se
hablaba poco o nada de Dios: su madre era una pintora católica poco practicante
y su padre un agnóstico, fundador del diario liberal La Stampa.
Después de recibir clases
particulares en casa y de unos años en la escuela estatal, llegó a un colegio
de jesuitas. Allí desarrolló una intensa vida espiritual -misa y comunión
diarias- y allí se unió a la Congregación Mariana. A los 17 años, decidido a
estudiar Ingeniería de Minas para “servir a Cristo entre los mineros”, ingresó
en la sociedad San Vicente de Paúl.
Desde entonces dedicó la
mayor parte de su tiempo libre a visitar enfermos y necesitados, cuidó a los
huérfanos y a los heridos de la Primera Guerra Mundial y hasta acompañó a un
sacerdote dominico que daba catequesis en los barrios obreros. Más que
acompañar, lo que hacía Pier Giorgio era escoltar al padre y protegerlo de los
frecuentes ataques de grupos comunistas, de los que alguna que otra vez tuvo
que salir a golpes.
No fueron las únicas peleas
del turinés. Ya en la Universidad, y molesto por el ambiente anticlerical,
decide promover actividades espirituales y cuelga en el tablón de anuncios una invitación
para ir a la adoración nocturna. Los comunistas se agrupan para arrancar la
provocación de Pier Giorgio y este se planta delante del tablón para defender
su derecho a expresarse libremente. El panel quedó completamente destrozado
tras la pelea.
Y hubo más; cuando el
fascismo llegó a su apogeo, Pier Giorgio no dudó en criticar la nueva
ideología, consciente de su carácter anticatólico. Tan conocido fue su rechazo
al régimen de Mussolini que un domingo, mientras comía con su madre, su casa
fue asaltada por un grupo de fascistas que, bates en mano, pretendía
destrozarlo todo. Frassati arrancó el bate a uno de los agresores y se enfrentó
a ellos hasta que decidieron huir.
Lejos de ser un joven
aburrido, Pier Giorgio aprovechaba su intensa vida social para evangelizar a
sus amigos, una pandilla conocida como "Los Tipos Sospechosos", y los animaba a
ir con él a visitar a los pobres.
El tiempo que no pasaba
estudiando o ayudando a los demás lo dedicaba a salir a la montaña, una de sus
pasiones, o a asistir al teatro. Vitalista y guapo, su capacidad de liderazgo
asombró a no pocos adultos que lo trataron, como el sacerdote Stanislaus Gillet,
futuro guía de la orden dominica: “Parecía irradiar una fuerza de atracción.
Todo en él brillaba de alegría”.
Con 24 años uno de los
enfermos a los que atendía le contagió la poliomielitis y seis días después
murió. El día de su muerte, el 4 de julio de 1925, fue el más triste para sus
padres, pero también fue el día en el que, de verdad, supieron quién era su
hijo.
Cuando se dirigían a
celebrar el funeral, vieron las calles de Turín atestadas de gente, de pobres y
marginados, que gritaban todo lo que Pier Giorgio había hecho por ellos. Ese
día los pobres descubrieron que aquel que tanto les había ayudado era un joven
rico. Ese día, también, los más poderosos de Turín supieron de la asombrosa
caridad del joven Frassati.
Llegó -la beatificación- 65
años después, el 20 de mayo de 1990. Durante la ceremonia el papa Juan Pablo II
describió a Pier Giorgio Frassati como “el hombre de nuestro siglo, el hombre
moderno, el hombre que amó mucho”.
Porque la vida de Frassati,
aunque breve (murió a los 24 años), destiló amor por los cuatro costados.
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